domingo, 10 de junio de 2012

Fluyendo en la complejidad humana


Imagen de internet

Esta mañana, una amiga me ha enviado el siguiente mail (los nombres los he cambiado):
Mi amiga Berta vive detrás de mi casa, y tiene una perrita que se llama Lola, es una bóxer. La quiero mucho, es un encanto. Cuando su niño de casi dos años llora, la Lola le hace mimos, qué te parece??”
Lo que primero ha construido, en segundos,  mi mente ha sido la escena entre la perrita y el bebé. Ese amor que los caninos regalan como parte de su indumentaria. Es como si hablaran el mismo idioma, sin necesidad de normas, fundamentalismos o versiones de “bien y mal”. Sin juicios, tan sencillo como empatizar y, libres de condicionamientos, estar ahí, ofreciendo su amor desinteresado y fluido. Seguro que a la perrita no le ha hecho falta saber qué le pasaba, ella sentía su emoción y la equilibraba. Tampoco tenía que recriminarle: “ahora no se llora” o “no molestes” o “aún no es hora de comer” o “si hubieras cenado lo que te ofreció tu madre ahora no estarías hambriento” o “ahora no tengo ganas de atenderte, estoy ocupada”…
Hay actitudes en las personas que están tan “amaestradas” que poco queda en ellas de natural. Lo que solemos decir “de humano”. Sin embargo, los caninos muchas veces nos superan en este aspecto. No están sometidos a tantos tabúes, patrones, guiones o condicionamientos. Viven en el ahora y totalmente libres, aunque supeditados a nuestros convencionalismos.
Mi respuesta ha sido directa, sin elaboración: AMOR. Los animales se rigen por inteligencias vibratorias, no por la lógica o racional con la que nosotros hemos sido adiestrados. Su base de análisis es más certera, pues no "ha lugar" a las malinterpretaciones o medias verdades!”

imagen de internet

Recuerdo una escena de una película (pero no su título) en la que un niño había entablado amistad con un perrito que actuaba en un circo (un Golden retriever). Este perrito, creo recordar que era maltratado por su dueño, de manera que le hacía trabajar para él sin apenas la recompensa de amor que los animales desean (también las personas, pero ponemos otros condimentos por delante!!). Durante un tiempo, en la huida del perrito, está conviviendo en casa del niño con la aceptación de su madre. Al poco, paseando, lo reconoce su dueño en un parque público y reclama su pertenencia, la madre intenta negociar con su dueño, pero éste no acepta. El perrito y el niño, haciendo equipo vuelven a huir, pero la madre explica lo inexplicable, en un idioma de sensatez y regido por las “normas sociales”, que tenía la obligación de permitir que el dueño se llevara a su perro, a pesar de que ni el perro ni la madre ni el niño estuvieran de acuerdo.
La escena retenida en mi mente se dibuja en una montaña. El niño va con el perrito hasta allí con una mochila en su espalda, en la que lleva un frisbee (el disco volador que se lanza con la mano). Con lágrimas en los ojos y el corazón confungido, alzando la voz, le dice al perro “Vete, vete lejos que ya no te quiero”.  Su voz era entrecortada, a pesar de la fuerza para que saliese de su garganta… El perro que siempre era muy obediente se quedaba inmóvil, pues escuchaba la orden que mencionaba su voz y los gestos de las manos, pero sentía la incoherencia del mensaje de su emoción “te quiero y no quiero separarme de ti”. Este último era más fuerte y certero para el perro, no había error. El niño lloraba, temblaba de impotencia, estaba rojo de rabia. No era feliz.
Esa escena fue de gran impacto en lo que muchas veces las personas pretendemos saltar por encima, obviando las otras inteligencias que disponemos: la social, la emocional, la intuitiva y la física. [Tal vez algún lector note a faltar la espiritual, la podemos combinar con un plano superior de la intuitiva…]. Todas estas son vibratorias, en código binario (si, no; me acerco, me alejo; me gusta, no me gusta; me apetece, no me apetece; me tranquiliza, me altera; me alegra, me entristece…). No las podemos argumentar, esa es tarea de la lógica, pero ya vemos que con sólo la racional el mensaje queda incompleto.
En nuestra cultura, la forma en que construimos nuestros pensamientos y recuerdos es bajo las instrucciones de la inteligencia lógica, aquella que nos da una serie de reglas y datos, una información que administrar y secuenciar. Sin embargo, con sólo ella, queda coja nuestra experiencia, pues siempre hay una emoción, una sensación, un intangible vibracional que completa en nuestro recuerdo. ¿Cómo te explicas que un aroma te lleve a tal recorrido emocional (alegría, tristeza, rabia, miedo…)? Si acudiéramos sólo a la lógica, seríamos robots, máquinas en las que las lágrimas de alegría o tristeza fueran en forma de colirio sintético.
Por cierto, al final lanza el niño tan lejos el frisbee que aprovecha el recorrido de su distancia para marchar y permitir que el dueño recupere al perro. Snif…

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Entiendes ahora un poquito más nuestra complejidad, al tiempo que la maravilla de estar presentes en nuestra vida y conocernos y respetarnos sin etiquetas?

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