Uno de los enemigos de nuestra energía y felicidad viene producido por nuestro miedo a la decepción. Pero, ¿qué es la decepción? Es estar por debajo de aquél montaje mental que nosotros mismos hemos creado, normalmente desde nuestro niño interior. Podemos crear esta ilusión con nuestra parte adulta, aquella que ya sabe de nosotros y tiene cierta experiencia del qué nos hace sentir bien. En nuestra mentalidad adulta no hay normas de ser, sencillamente aceptamos nuestras fortalezas y aspectos a mejorar. Crear ilusiones y proyectos desde esa conciencia nos permite disfrutar, probar y aventurarnos en la medida que nos vamos dando permisos. A veces, correr riesgos nos permite mayor conocimiento y sentir que estamos vivos.
Es habitual que manejemos las 4 mentalidades durante nuestro día a día: la más creativa, la mentalidad niño, con ella soñamos, disfrutamos, iniciamos proyectos. La que nos posiciona en retarnos, en el no conformismo, en probar aquello que otros rechazan o prohíben, es la adolescente o rebelde. La que permite calibrar, aceptar, compensar, es la mentalidad adulta. Con ésta las relaciones sociales son muy duraderas, pues permiten el crecimiento. Y queda aquella que nos hace impermeables, tozudos y rígidos, la mentalidad viejo. Cuando nos sentimos en esa mentalidad, es mejor hacer acciones sencillas y agradables, pues entramos en un estado de hermetismo bastante agobiante.
Se trata de buscar un equilibrio, pues los seres humanos tenemos tendencia a crear dificultades, parece que se creen desde esa mentalidad que todo se lo come, la rebelde. Sin embargo, luego no las vivimos desde esa única mentalidad, entonces aparece nuestro raciocinio y se ve superado más que motivado.
A medida que calibramos dónde ponemos el listón de nuestras experiencias y situaciones, las decepciones tienden a desaparecer. Se trata de aprender bajo la observación de nuestra propia vida, estar presentes en ella, ser los guionistas!