lunes, 25 de junio de 2012

Deseos, objetivos, anhelos. El bambú japonés


Todos tenemos objetivos, deseos y anhelos, desde muy pequeños. Algunos se cumplen y otros, no perseveramos lo suficiente para que se realicen. La paciencia de sostenerlos nos falla y saltamos a otros de más corto plazo, aquellos que vemos realizables más fácilmente. Sin embargo, algo sutil queda en nuestros adentros que nos lo tiene en cuenta: no lo conseguiste...
Parece que sea algo pendiente, aunque no reunamos el coraje para creer y darnos permiso. Y podemos amanecer un día, después de un largo recorrido, en el que nos pidamos cuentas, en el que nos reclamemos el no haber realizado aquello que aún nos recorre por nuestro interior en forma de decepción, de merma, de deterioro y desgaste de vida.
El boicot interno, aquello que nos "tira del caballo" son mensajes internos (creencias, patrones, guiones...) que dan forma a un tirano que maneja nuestra energía, de tal manera que nos sorprendemos de conseguir a veces cosas impensables y otras no alcanzar las más sencillas.
Puedes ser el arquitecto de tu propia vida, sin embargo, si se te complica mucho, busca opciones, no te des por vencid@, siempre vale la pena conseguir aquello que deseas.
Una de las maravillas del coaching es disponer de un entrenador que ilumine aquellas zonas que tú mism@ no puedes ver y detienen tu avance, tu ilusión, tu felicidad auténtica; a tu medida.

Creo que vale la pena la paciencia y la perseverancia .Te comparto un escrito sobre el bambú japonés que me encantó:
      "No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.
      También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: "¡Crece, maldita seas!".
      Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece... ¡más de 30 metros!
      ¿Tarda sólo seis semanas en crecer?
      ¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.
      En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.
      Quizá por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.
      De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.
   En esos momentos (que todos tenemos), recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés. Y no bajemos los brazos ni abandonemos por no ver el resultado esperado, ya que sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.

jueves, 14 de junio de 2012

Preocuparse vs ocuparse


Muchas veces no vemos las cosas en su totalidad hasta pasado un tiempo. Y solemos ser impacientes, por lo que sufrimos por elección, aunque sea inconsciente. En el día a día solemos ver, y a duras penas, aquello que tenemos delante de las narices. Pero lo vemos según pensamos, no como otro lo pueda ver. Lo que nos sucede sí o sí es aprendizaje, pero puede que aún estemos instalados en la versión "el vaso medio vacío", o tal vez priorizar el traducir cualquier situación con la versión negativa o pesimista, siendo el mismo porcentaje optativo de pensar, ante la duda, puede que sea algo bueno y que aún no lo esté viendo...pronto lo veré.
Sucede que automatizamos aquello que estamos llenos de sentir desde la sociedad, quien suele elegir, hasta en las noticias del telediario, la parte depresiva de las cosas, aquello que nos lleva a vivir compungidos. Cuando ya tengas bastante de esa postura ante la vida, te invito a esa porción de FE en la que tú mism@ comiences a dar otra alternativa, más beneficiosa en todos los aspectos, a tus momentos.
Hablo de fe en la vida, en tu propia persona y tus circunstancias. De esa parte reconfortante en la que te indica que todo está bien, esa paz interior de sorprenderte a diario ante los sucesos de tu vida con agrado, sin miedo. Puede que lo que a primera vista parezca una mala noticia: quedarte sin empleo, tener un contratiempo, llegar tarde a una cita,...sea porque algo mejor te esté esperando. Aunque si estás muy vinculado al pesimismo, puede que te lleguen cosas buenísimas y que ni tan siquiera las veas, en cambio sí las de otros...
Para facilitar lo expresado, lo ilustro con un cuento del libro "Ligero de equipaje" de Carlos G. Vallés:

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos.
Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!".
Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Éste les respondió: "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!".
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró aquello como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: "¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!".
Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? "¿Mala suerte?  ¡Quién sabe!".


Si adoptamos esta actitud neutra ante las cosas, viviremos mucho más tranquilos y responsables. No nos adelantaremos a la preocupación, sino que nos ocuparemos cuando suceda el tema en concreto. De esta manera, no nos pasaremos la vida preocupados antes, durante y después! Así será más fácil vivir el momento y facilitar nuestra felicidad.

domingo, 10 de junio de 2012

Fluyendo en la complejidad humana


Imagen de internet

Esta mañana, una amiga me ha enviado el siguiente mail (los nombres los he cambiado):
Mi amiga Berta vive detrás de mi casa, y tiene una perrita que se llama Lola, es una bóxer. La quiero mucho, es un encanto. Cuando su niño de casi dos años llora, la Lola le hace mimos, qué te parece??”
Lo que primero ha construido, en segundos,  mi mente ha sido la escena entre la perrita y el bebé. Ese amor que los caninos regalan como parte de su indumentaria. Es como si hablaran el mismo idioma, sin necesidad de normas, fundamentalismos o versiones de “bien y mal”. Sin juicios, tan sencillo como empatizar y, libres de condicionamientos, estar ahí, ofreciendo su amor desinteresado y fluido. Seguro que a la perrita no le ha hecho falta saber qué le pasaba, ella sentía su emoción y la equilibraba. Tampoco tenía que recriminarle: “ahora no se llora” o “no molestes” o “aún no es hora de comer” o “si hubieras cenado lo que te ofreció tu madre ahora no estarías hambriento” o “ahora no tengo ganas de atenderte, estoy ocupada”…
Hay actitudes en las personas que están tan “amaestradas” que poco queda en ellas de natural. Lo que solemos decir “de humano”. Sin embargo, los caninos muchas veces nos superan en este aspecto. No están sometidos a tantos tabúes, patrones, guiones o condicionamientos. Viven en el ahora y totalmente libres, aunque supeditados a nuestros convencionalismos.
Mi respuesta ha sido directa, sin elaboración: AMOR. Los animales se rigen por inteligencias vibratorias, no por la lógica o racional con la que nosotros hemos sido adiestrados. Su base de análisis es más certera, pues no "ha lugar" a las malinterpretaciones o medias verdades!”

imagen de internet

Recuerdo una escena de una película (pero no su título) en la que un niño había entablado amistad con un perrito que actuaba en un circo (un Golden retriever). Este perrito, creo recordar que era maltratado por su dueño, de manera que le hacía trabajar para él sin apenas la recompensa de amor que los animales desean (también las personas, pero ponemos otros condimentos por delante!!). Durante un tiempo, en la huida del perrito, está conviviendo en casa del niño con la aceptación de su madre. Al poco, paseando, lo reconoce su dueño en un parque público y reclama su pertenencia, la madre intenta negociar con su dueño, pero éste no acepta. El perrito y el niño, haciendo equipo vuelven a huir, pero la madre explica lo inexplicable, en un idioma de sensatez y regido por las “normas sociales”, que tenía la obligación de permitir que el dueño se llevara a su perro, a pesar de que ni el perro ni la madre ni el niño estuvieran de acuerdo.
La escena retenida en mi mente se dibuja en una montaña. El niño va con el perrito hasta allí con una mochila en su espalda, en la que lleva un frisbee (el disco volador que se lanza con la mano). Con lágrimas en los ojos y el corazón confungido, alzando la voz, le dice al perro “Vete, vete lejos que ya no te quiero”.  Su voz era entrecortada, a pesar de la fuerza para que saliese de su garganta… El perro que siempre era muy obediente se quedaba inmóvil, pues escuchaba la orden que mencionaba su voz y los gestos de las manos, pero sentía la incoherencia del mensaje de su emoción “te quiero y no quiero separarme de ti”. Este último era más fuerte y certero para el perro, no había error. El niño lloraba, temblaba de impotencia, estaba rojo de rabia. No era feliz.
Esa escena fue de gran impacto en lo que muchas veces las personas pretendemos saltar por encima, obviando las otras inteligencias que disponemos: la social, la emocional, la intuitiva y la física. [Tal vez algún lector note a faltar la espiritual, la podemos combinar con un plano superior de la intuitiva…]. Todas estas son vibratorias, en código binario (si, no; me acerco, me alejo; me gusta, no me gusta; me apetece, no me apetece; me tranquiliza, me altera; me alegra, me entristece…). No las podemos argumentar, esa es tarea de la lógica, pero ya vemos que con sólo la racional el mensaje queda incompleto.
En nuestra cultura, la forma en que construimos nuestros pensamientos y recuerdos es bajo las instrucciones de la inteligencia lógica, aquella que nos da una serie de reglas y datos, una información que administrar y secuenciar. Sin embargo, con sólo ella, queda coja nuestra experiencia, pues siempre hay una emoción, una sensación, un intangible vibracional que completa en nuestro recuerdo. ¿Cómo te explicas que un aroma te lleve a tal recorrido emocional (alegría, tristeza, rabia, miedo…)? Si acudiéramos sólo a la lógica, seríamos robots, máquinas en las que las lágrimas de alegría o tristeza fueran en forma de colirio sintético.
Por cierto, al final lanza el niño tan lejos el frisbee que aprovecha el recorrido de su distancia para marchar y permitir que el dueño recupere al perro. Snif…

imagen de internet

Entiendes ahora un poquito más nuestra complejidad, al tiempo que la maravilla de estar presentes en nuestra vida y conocernos y respetarnos sin etiquetas?